martes, 18 de agosto de 2009

Ver que el espejo se quiebra duele,
más aún cuando los pedazos que caen
se incrustan dolorosamente en tu piel
dejando caer pequeñas gotas de sangre al suelo.

Sentir que la máscara se quiebra duele,
más aún cuando tus ojos no están preparados
y la luz violentamente
te frustra de poder ver.

Ver como las verdades te golpean duele,
más aún cuando llegan soberbias
y se restriegan en tu rostro
dañando con parsimonia tus labios.

Estar sujeto a la mirada es frustrante, son tan dolorosas las fuerzas invisibles que llegan hasta tus ropas, las desgarran con cada reproche o con cada peso de admiración, terminas caminando desnudo, gateando sin ánimo y lastimando tus rodillas. Mi corazón se encuentra desecho desde hace mucho, las motivaciones se han acabado y eso es frustrante, mirar a atrás y envidiar las huellas heredaras pero irreprochables es realmente humillante.
No se atrevió a seguir. La corbata era su favorita, se la había regalado un gran mentor, solo la usaba para ocasiones especiales y esa era una de aquellas; la camisa era de frentón tortuosa, le deñaba constantemente el cuello y el se quejaba en silencio, como ya era costumbre. Lentas gotas de lluvia lo invitaban a no seguir. Caminó desde la casa en donde había preparado el fracaso hasta la fuente alemana, sin sentido, sin motivaciones, solo caminando. Había acabado de destruir sus mascaras, había corrido desnudo por los pasillos de los desafíos y ahora se encontraba envuelto en un disfraz a rallas caminando a lo largo del parque forestal, confundiendo sus lagrimas con las gotas de lluvia que ahora se volvían insoportable.
Me sentía tan solo.

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